por Abel Bohoslavsky*
Hace 50 años, cuando el Che Guevara era asesinado
en Bolivia tras haber sido capturado herido en
combate e inutilizada su arma, el mundo estaba tensionado por la guerra de Vietnam. A esa altura, el gobierno de Estados Unidos –presidente demócrata, el texano del lobby petrolero Lyndon Johnson y
jefe del Pentágono, ex presidente de la Ford, Robert Mc
Namara– tenía involucrados en esa guerra cientos de miles de soldados en el sur
del país indochino ocupado por sus tropas y bombardeaba incesantemente el norte
ya independizado. Johnson, vice de John Kennedy, había asumido la presidencia
tras su asesinato en 1963. Fue reelecto presidente en 1964. En el crimen de
Kennedy (nunca esclarecido judicialmente) se combinaron los intereses
petroleros y la mafia cubana establecida en Estados Unidos, tras el triunfo de
la Revolución Cubana en 1959. Kennedy había sufrido una derrota militar y
política en abril de 1961, al ser aplastada una invasión a la Cuba
revolucionaria en Playa Girón, momento en que Fidel Castro proclama el carácter
socialista de la Revolución. El plan de invasión había sido organizado por la
Agencia Central de Inteligencia (CIA) bajo el anterior gobierno, del
republicano Dwight Eisenhower. Los invasores partieron de Puerto Cabezas, en la
Nicaragua del dictador Anastacio Somoza Debayle, sucesor de Anastacio Somoza
García, ajusticiado en 1956 por el poeta Rigoberto López Pérez, inmolado en la
acción. La tiranía nicaragüense había sido instalada tras el asesinato de Augusto
C. Sandino en 1934, el obrero convertido en General de Hombres Libres que
con un ejército de campesinos y obreros, había derrotado la invasión
norteamericana a ese país iniciada en 1927. Cuba había sido expulsada de la
Organización de Estados Americanos (OEA) en enero de 1962 por imposición de EE.
UU. y la complicidad de todos los gobiernos menos los de Uruguay, Bolivia,
Chile y México. Este país fue el único que no rompió nunca las relaciones
diplomáticas. Ya estaba en marcha el bloqueo económico y diplomático a Cuba.combate e inutilizada su arma, el mundo estaba tensionado por la guerra de Vietnam. A esa altura, el gobierno de Estados Unidos –presidente demócrata, el texano del lobby petrolero Lyndon Johnson y
En ese año, Argentina aún estaba gobernada por
Arturo Frondizi, ganador en las elecciones de 1958 en nombre de la Unión Cívica
Radical Intransigente (UCRI) que derrotó a la Unión Cívica Radical del Pueblo
(UCRP), liderada por Ricardo Balbín. El peronismo estaba proscripto por la
dictadura que lo derrocó en 1955, pero el general Perón exiliado, hizo un pacto
con el emisario de Frondizi, Rogelio Frigerio (abuelo del ministro homónimo del
presidente Macri), para darle el respaldo del electorado peronista a la UCRI.
Frondizi presidente rompió relaciones diplomáticas con Cuba al igual que sus
colegas del hemisferio. Meses antes de esa ruptura, en agosto de 1961, Frondizi
había recibido en secreto al mismísimo Che Guevara en Olivos. El Che había concurrido
a la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA en
Montevideo, en la cual, EE. UU. lanzó la llamada Alianza para el Progreso, un
plan económico de apariencia reformista con el cual pretendía contrarrestar las
expectativas que en muchos sectores explotados despertaba la Revolución Cubana.
El Che hizo allí una célebre intervención en la que ironizó sobre ese plan y
pronosticó su fracaso. Los gobernantes norteamericanos, sabedores de ese
pronóstico, ya tenían programada la alternativa: una estrategia
contrainsurgente por la que dispusieron nuevas formas de intervencionismo
policíaco-militar. Se abría una época de nuevas dictaduras (Brasil y Bolivia
1964, Argentina 1966) que se sumaban a las ya existentes en Centroamérica y a
gobiernos de origen constitucional en los que las oligarquías mantenían su
poder político y económico. En abril de 1965, EE. UU. invadió la República
Dominicana para apoyar a militares golpistas que habían derrocado a un gobierno
reformista.
El Che, al momento
de empezar su campaña boliviana en 1967, había lanzado su proclama:«América,
continente olvidado por las últimas luchas políticas de liberación, que empieza
a hacerse sentir a través de la Tricontinental en la voz de la vanguardia de
sus pueblos, que es la Revolución Cubana, tendrá una tarea de mucho mayor
relieve: la de la creación del Segundo o Tercer Viet-Nam del mundo. En
definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial,
última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación
mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del
imperialismo». Su convocatoria fue de carácter mundial: «Y que se
desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con ejércitos proletarios
internacionales, donde la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de
la redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las enseñas de
Viet-Nam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de
Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios actuales de la lucha armada,
sea igualmente gloriosa y apetecible para un americano, un asiático, un
africano y, aún, un europeo». Y el objetivo programático y transformador
era rotundo: «…las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad
de oposición al imperialismo –si alguna vez la tuvieron– y sólo forman su
furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o
caricatura de revolución». Una proclama tan ambiciosa no había sido
formulada desde los tiempos en que Lenin y Trotsky habían hecho desde la III
Internacional, creada luego del triunfo de la Gran Revolución Socialista de
Octubre en 1917.
La situación mundial está muy bien reseñada en
el Mensaje del Che. Entendiendo que el eje era esa guerra tan
desigual de EE.UU contra Vietnam, hizo en una metáfora, una caracterización muy
crítica de las conducciones de los Partidos Comunistas de la URSS y China: «La
solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la
amarga ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo
de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma
suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria».
Tras fracasar en su expedición en el Congo en 1965
–donde fue Tatú y así lo definió en su Diario del
Congo– su conclusión fue que «…la evolución política y social del
África no hace prever una situación revolucionaria continental. Las luchas de
liberación contra los portugueses deben terminar victoriosamente, pero Portugal
no significa nada en la nómina imperialista. Las confrontaciones de importancia
revolucionaria son las que ponen en jaque a todo el aparato imperialista,
aunque no por eso dejemos de luchar por la liberación de las tres colonias
portuguesas y por la profundización de sus revoluciones».
Por muchas razones, el Che concibe que América es
el lugar donde gestar «el segundo o tercer Vietnam». Ya desde el triunfo de la
Revolución Cubana estaba planteada esta perspectiva. En primer lugar, porque al
asumir una perspectiva socialista, los revolucionarios triunfantes
comprendieron que esa transformación no podía concretarse en los estrechos
marcos isleños. Esto fue enunciado en la Segunda Declaración de La
Habana en fecha tan temprana como el 4 de febrero de 1962 en nombre de
las Organizaciones Revolucionarias Integradas y del Gobierno Revolucionario en
respuesta a la expulsión de la OEA: «Ahora, sí, la historia tendrá que
contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América
Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su
historia».
(Anécdota: entre el millón de cubanos estaban
presenciando esa movilización histórica, una pareja de revolucionarios
argentinos: Ana María Villarreal y Mario Roberto Santucho, por entonces
miembros del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular, después fundadores
del Partido revolucionario de los Trabajadores y del Ejército Revolucionario
del Pueblo).
Una parte de esta proclama fue releída por el Che
en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 11 de diciembre de 1964, pocos
meses antes de replegarse para siempre de la vida pública para ponerse al
frente de sus emprendimientos.
Si la Revolución Cubana había «sorprendido» a la
potencia imperialista vecina y su existencia era un desafío intolerable en su patio
trasero, también fue sorpresa para la URSS, los partidos comunistas y otras
izquierdas de la región. No solo se contraponía a sus políticas de coexistencia
pacífica entre ambas potencias sino que cuestionaba el dogma del «socialismo en
un solo país». También en los efímeros 6 años que estuvo al frente en tareas
políticas y económicas de transformación –fue presidente del Banco Nacional,
Ministro de Industrias– su práctica la acompañó con innumerables aportes
teóricos y debates ideológicos. Su célebre carta al semanario uruguayo Marcha,
se constituyó en un clásico del marxismo contemporáneo: El socialismo y
el Hombre en Cuba (marzo 1965). Allí también pone en cuestión los
dogmas predominantes: «Se corre el peligro de que los árboles impidan
ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda
de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula
económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca,
etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de
recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces
y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto,
la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de
la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base
material hay que hacer al hombre nuevo». Semejante crítica es, además, una
previsión muy anticipada de lo que ocurriría muchos años después: la
restauración capitalista en China y la URSS. En esos momentos, no se conocían
muchos de sus escritos que dejó en borrador, analizando ese proceso
degenerativo y restaurador. Pero su crítica a lo conocido hasta entonces como
«socialismo» es de raíz:«Debemos considerar, además como apuntáramos antes,
que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx
en la Crítica del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no
prevista por él; primer período de transición del comunismo o de la
construcción del socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de
clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión
cabal de su esencia. Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el
desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del
período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que
todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las
características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y
política de mayor alcance». Y no solo avanzó en el terreno económico. En el
terreno cultural también cuestionó los dogmas: «Se busca entonces la
simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los
funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce al
problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del
pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre
las bases del arte del siglo pasado. Pero el arte realista del siglo XIX,
también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente
del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El
capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un
cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender
buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta
válida?». Si bien muchos pensadores y grupos políticos marxistas en todo el
mundo cuestionaban fuertemente la degradación stalinista y post-stalinista,
nunca semejante crítica había provenido de un revolucionario marxista
triunfante y en funciones de gobierno en sus primeros pasos de las tareas de
transformación.
Pero el Che volvió al llano. Había elegido instalarse
en Bolivia, país con un proletariado minero de tradición combativa y
socialista, país que había vivido una revolución en 1952, cuando los obreros
derrotaron al ejército del régimen, pero al carecer de una organización
política con capacidad de darle continuidad a esa insurrección, devino en un
régimen nacionalista que recompuso al ejército y emprendió reformas que no
modificaron el sistema capitalista. El proyecto del Che era constituir una
suerte de Estado Mayor revolucionario de alcance regional y su perspectiva era
la de una guerra muy prolongada. Sirva como ejemplo elocuente el caudal de
literatura política y filosófica que el Che llevó a su base en Ñancahuazú para
desarrollar un plan de estudio y formación, documentados en el libro de Néstor
Kohan En la selva (Los estudios desconocidos del Che
Guevara. A propósito de sus Cuadernos de lectura en Bolivia). Bolivia tiene
fronteras además de Argentina, con Paraguay, Brasil, Chile y Perú. En este
último país, algunos destacamentos guerrilleros desarrollados con anterioridad,
habían sido aniquilados. El Che había preparado diversos destacamentos armados
regionales. Para Argentina, organizó el grupo que se denominó Ejército
Guerrillero del Pueblo al mando de Jorge Masetti (periodista argentino y uno de
los fundadores de la agencia cubana Prensa Latina). Ese
grupo se implantó en la zona norte de Salta fronteriza con Bolivia y fue
aniquilado hacia 1964. Otro destacamento se constituyó por iniciativa de
militantes de la organización Palabra Obrera (PO) nacida en 1957 en plena
resistencia peronista (resistencia sindical y armada), dirigidos por el
veterano líder de ese grupo, Ángel Bengochea, El Vasco, también
director del periódico del mismo nombre. Este grupo viajó a Cuba, debatió con
el Che, recibió instrucción y regresó. Ante el desacuerdo de otros miembros de
PO de emprender este nuevo rumbo, Bengochea renunció a la organización y con
varias decenas de militantes, conformó las Fuerzas Armadas de la Revolución
Nacional (FARN). Tras un accidente explosivo en julio de 1964, con muchos
muertos y desaparecidos (entre ellos Bengochea), el grupo se desarticuló (PO se
unirá con el FRIP en 1965, fundando el PRT, que tras una nueva escisión,
formará el ERP en 1970). Uno de los sobrevivientes, Luis Stamponi, era esperado
por el Che, según él mismo lo consigna en su Diario. Stamponi se
podrá unir tardíamente en 1969, después de la muerte del Che, integró el
Ejército de Liberación Nacional y en 1974 sería uno de los fundadores del
Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia. Otro grupo de militantes
preparados por el Che, nunca llegó a entrar en acción y sus integrantes
conformaron años más tarde las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
El Che se instaló en la todavía secreta base de
Ñancahuazú al sur de Santa Cruz de la Sierra con un contingente de militantes
bolivianos, algunos cubanos, dos peruanos, un francés y una argentina-alemana,
en noviembre de 1966. El Che había hecho un acuerdo con parte de la dirigencia
del Partido Comunista boliviano, razón por la cual, una gran cantidad de los
primeros combatientes eran miembros de ese partido. Pero en una reunión
mantenida el 31 de diciembre con el secretario general del PCB, Mario Monge,
éste pretendió la jefatura del futuro destacamento, con el argumento de que un
«extranjero» no podía dirigirlo. Va de suyo que el Che no aceptó. Monge se fue,
pero los militantes de su partido quedaron con el Che. Poco tiempo después,
Monge dejó la dirección del PCB y partió para Moscú, ya que estaba alineado con
el PCUS, cuyas políticas fueron duramente criticadas por el Che. En el
movimiento revolucionario latinoamericano fue considerado como lo que fue: un
traidor. Varias veces intentó justificarse «políticamente». Lo difícil de
entender, es cómo y por qué el Che confió en semejante personaje que, una vez
consumada la traición, siguió el mismo itinerario que sus mandantes rusos en su
reconversión al capitalismo.
El Che es Ramón en este
destacamento que recibe el nombre de Ejército de Liberación Nacional. No
dispone ya del apoyo de los frentes urbanos y sindicales donde tiene trabajo
político el PC. Recibió una declaración de apoyo del Partido Obrero
Revolucionario (sector González Moscoso), pero este grupo fue violentamente
reprimido. El ejército del régimen detectó así tempranamente la presencia del
ELN e inmediatamente la CIA y oficiales del Ejército norteamericano aterrizaron
en Bolivia. Por esas razones la incipiente guerrilla tuvo que empezar a actuar
mucho antes de lo previsto. El 23 de marzo del 1967 el ELN emboscó una unidad militar,
le causó siete bajas, tomó veintiún prisioneros a los que posteriormente
liberó. El Che tomó conocimiento del plan del Ejército para combatirlo. Al día
siguiente un avión bombardeó los alrededores del campamento central. El plan
político-militar insurgente de largo plazo tuvo que ser modificado sobre la
marcha y el Che inicia así su última epopeya en muy difíciles condiciones. No
tiene los destacamentos guerrilleros preparados años antes por las
circunstancias narradas, no alcanza a recomponer los vínculos políticos
necesarios. Sin embargo, el sindicalismo minero hace suyas las proclamas del
Che difundidas tras las primeras acciones guerrilleras y en las minas de Catavi
y Siglo XX, al norte de Potosí (lejos de Ñancahuazú) los obreros resuelven dar
apoyo material al naciente ELN. La dictadura del general René Barrientos ahoga
en sangre ese apoyo en lo que se conoció como la masacre de San Juan el 24 de
junio de 1967. Los acontecimientos de los siete meses de combates están
condensados en su Diario y en numerosos escritos y
testimonios, de imprescindible lectura. Intentando romper el cerco de varios
miles de hombres apoyados por aviación, con su columna fragmentada en tres,
traba combate en la Quebrada del Yuro el 8 de octubre, es herido sin riesgo
inmediato para su vida y con su fusil inutilizado es capturado y llevado a La
Higuera, recluido en la escuelita. Informados de su captura, los mandos
norteamericanos ordenaron el traslado del agente de la CIA Félix Rodríguez –un
gusano cubano– y otros jefes militares locales. Ni la dictadura boliviana ni el
gobierno de EE. UU. podían soportar al Che prisionero, mucho menos imaginar la
farsa de un «juicio». El embajador itinerante de la Revolución Cubana, tribuno
de la ONU, en la OEA, en la Conferencia de Argel (febrero 1965), el ministro de
las transformaciones, el presidente del Banco que firmaba los billetes como
Che, el polemista con los teóricos de la época, el legendario guerrillero del
Granma y de la Sierra Maestra, el Comandante victorioso en Santa Clara, ¿podía
acaso ser «enjuiciado» por una dictadura? La orden inmediata fue asesinarlo. El
9 de octubre, los cobardes destinaron a un suboficial para cometer el crimen.
Primero asesinó a los combatientes prisioneros con el Che,Simeón Willy Cuba
Sanabria (un sindicalista boliviano) y Juan Pablo Chang Navarro, el
Chino (un peruano veterano de la guerrilla en su país). El sargento
Roque Terán contará años después cómo asesinó al Che aproximadamente a las 13
hs. Cuando los militares mostraron el cadáver del Che en unas imágenes que hace
medio siglo son parte de la Historia de la humanidad, entre ellos aparece
Gustavo Villoldo, jefe de la CIA en Bolivia, como para dejar testimonio del
poderío y la cobardía del sistema mundial que denunció política y moralmente el
Guerrillero Heroico.
Medio siglo
después, Donald Trump, un empresario multimillonario, ajeno a «la política» y
anclado en el Partido Republicano, es presidente de Estados Unidos. El sistema
de dominación imperialista, mantiene su voracidad económica saqueadora y su
belicismo como en los tiempos del Che. Renovadas formas tecnológicas y
financieras refuerzan el capitalismo en todo el planeta. La informática, la
robótica y otras maravillas de las ciencias penetran en fábricas, campos,
bancos, paraísos fiscales y conectan la más extensa red de bases militares en
todo el globo. Y despliegan nuevas formas de guerras. Trump renueva el chantaje
nuclear. La URSS se desplomó y la China sin desplomarse, retornaron al
capitalismo y en ese rumbo está el otrora Vietnam Heroico. En Sudáfrica se
suprimió el régimen del apartheid –con la gran ayuda de las tropas cubanas que
derrotaron en Angola la invasión de los racistas– pero las ex colonias
independizadas son neocolonias. En Nuestra América irredenta, Grenada fue
invadida por tropas norteamericanas en 1983 cuando intentaba un gobierno
rebelde, la Revolución Sandinista triunfante en 1979 fue derrotada
políticamente en 1990 luego de triunfar contra una nueva guerra de agresión
imperialista. Las insurgencias salvadoreña y guatemalteca fueron neutralizadas.
La insurgencia en Colombia depone las armas tras la guerra civil más larga y la
Venezuela bolivariana y chavista no culmina las transformaciones enunciadas,
acosada por la guerra económica y el terrorismo, mientras Trump promete
derribarla. En el Cono Sur, tras las derrotas de los movimientos obreros y el
exterminio de las insurgencias, la restauración constitucional alternó
gobiernos liberales con progresistas y populistas que renovaron la dominación
capitalista. Toda Nuestra América es más injusta y desigual que hace medio
siglo. El desarrollo desigual y combinado tiene en Argentina un buen ejemplo:
un país donde se fabrican satélites de comunicaciones, tiene una capacidad
productiva de alimentos para 400 millones, padece de desnutrición infantil en
grandes sectores de las clases trabajadoras de ciudades y campos. La Cuba
revolucionaria que dejó el Che para facilitar su sendero socialista con una
Revolución continental, se sostiene asfixiada, con reformas laborales que
estimulan el cuentapropismo. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas
en 2014, significó apenas un momento de disminución de la tensión en la
contradicción entre la potencia imperialista y la isla asediada. Trump arremete
de nuevo.
¿Qué
legado dejó el Che?
La irrupción del Che significó muchas cosas a la
vez. Tantas, que es difícil sintetizarlas en pocos conceptos. Se me ocurre que
la idea más completa es la actualidad de la revolución. Esto quiere
decir en forma sencilla y contundente que la revolución social es
posible.
De manera exactamente contraria a los posibilistas
de los ‘80 hasta la actualidad, los guevaristas de los ‘60 y los ‘70 teníamos
esa convicción: éramos, si se quiere, posibilistas revolucionarios, El Che,
Fidel y la Revolución Cubana, fueron una múltiple demostración práctica y
teórica de que ni el capitalismo ni el reformismo político tenían razón.
Esa Revolución dio al traste con el fatalismo de
una «izquierda» que, aunque vergonzosamente no lo admitía en forma explícita,
estaba convencida que la revolución ya no era posible por la fortaleza política,
económica y militar del imperialismo. Lo mismo que sostienen las corrientes
progrepopulistas contemporáneas y lo han confirmado en el ejercicio de
gobiernos en la región en los últimos 18 años.
Las ideas del Che significaron un saludable
sacudimiento frente a la esclerosis de un «marxismo» stalinista que había
implantado la noción de que la «izquierda» era «de café», que era sinónimo de
estructuras internas verticalistas, de propuestas políticas reformistas y de
colaboración de clases. Los guevaristas éramos precisamente lo contrario a lo
que los reformistas de esa época y los posibilistas de hoy nos imputaban y nos
acusan: «militantes testimoniales». Éramos militantes políticos prácticos
sostenidos en el ideal guevarista.
Pocos movimientos políticos en América Latina y en
Argentina en este siglo XX han sido tan audazmente prácticos y ricos
teóricamente como los surgidos bajo la inspiración del Che. Frente a una crisis
económica, política y moral de mucho menor magnitud que la de esta época, se
alzó un movimiento que predicaba la necesidad del socialismo como única
alternativa para salir del marasmo y la degradación capitalista.
Son tantos los aspectos que las ideas y la
presencia del Che revolucionaron y que reclamaban de nosotros respuestas
simultáneas, que su sistematización y transmisión a las actuales generaciones
nos resulta difícil y siempre incompleta. Lo intentaremos.
En lo personal,
significaba asumir un compromiso que demostrara una actitud de vida
congruente con los ideales colectivistas y solidarios del socialismo. El
stalinismo y todas las formas del reformismo y el populismo, habían logrado
implantar ante la sociedad, y sobre todo frente a la clase trabajadora, que el
«izquierdista» era una suerte de parásito acomodaticio, carente de compromiso
personal. Esta lucha ideológica necesitaba demostraciones prácticas que
intentaban emular al Che, el paradigma del hombre desprendido de toda
prebenda. El Che encarnó como pocos la condición humana del marxista.
Lógicamente que, debido a la inexperiencia y las
urgencias del momento, más de una vez, esta lucha ideológica llevó a extremos y
límites erróneos que permitían nuevos flancos de ataque del populismo y el
reformismo contra el marxismo. Se llegó, creo, a generalizaciones que revelaron
confusiones, no comprendiendo que ni todos los militantes pueden ser iguales ni
es necesario que cada uno sea una réplica del Che.
Visto a la distancia, resulta paradójico que el
Che, que era un sujeto muy racional y ajeno a todo misticismo, haya
desencadenado por su propia coherencia, conductas imitativas –erróneas–
cargadas de mística que caracterizaron a militantes y organizaciones que
postulaban políticas de transformación basadas en leyes de desarrollo social
con criterio científico.
Por otra parte, a partir del escrito del Che El
socialismo y el hombre nuevo en Cuba, el ideal revolucionario se asumió
como una concepción humana que iba más allá de la propuesta estratégica. Esta
revitalización del marxismo que introdujo el Che, posibilitó la adhesión al
ideal revolucionario de corrientes no provenientes del socialismo. Pero hay que
resaltar frente a tergiversaciones de entonces y de hoy, que el Che planteaba
el nuevo hombre a partir de nuevas relaciones sociales de producción fundadas
en el colectivismo. Su moral no era abstracta.
El papel de lo subjetivo y lo conciente.-
En todos los escritos del Che resalta la trascendencia que él le daba a la
subjetividad y la importancia que le atribuía en el desarrollo de una lucha
revolucionaria. El Che reintrodujo esta temática que estaba virtualmente
abandonada desde Lenin, ya que el dogmatismo stalinista había llevado al
marxismo hacia concepciones deterministas, donde lo «objetivo» anulaba todo
intento transformador a partir de la conciencia. No por casualidad, los
reformistas y los economicistas endilgaban a los guevaristas el ser
«subjetivistas», como forma de descalificar la postura revolucionaria. Y desde
ese punto de partida, todas las propuestas guevaristas eran condenadas por
«voluntaristas». Es cierto, que igual que en el tema de la conducta militante,
los revolucionarios caíamos muchas veces en formulaciones voluntaristas. Pero
hay que tener en cuenta que el nuevo movimiento revolucionario debía pugnar
contra el dogmatismo determinista y contra el economicismo espontaneísta. Ni
que hablar, de la lucha ideológica con las corrientes del populismo
revolucionario, que siempre sostuvieron que el peronismo era algo así como un
«estadío» de la conciencia de la clase obrera», o una política que expresaba
una conciencia de clase «en sí» que había que superar hacia una conciencia «para
sí», partiendo de una postura política peronista. Para el socialismo
guevarista, la ideología populista de colaboración entre los trabajadores y el
capital, no podía ser el punto de partida hacia la toma de conciencia de clase
explotada. Estos debates siguen vigentes y son parte de la lucha ideológica
contemporánea.
El carácter de la revolución por hacer.-
A partir de la experiencia cubana y de la formulación del Che «….no hay hay
más cambios que hacer, o Revolución Socialista o caricatura de revolución» se
actualizó este debate.
La izquierda reformista (socialista y comunista)
siempre sostuvo que en Argentina y en América Latina no estaban dadas las
condiciones para una revolución socialista. Sostenían –¡aún después de Cuba y
del Che!– que la revolución debía ser «por etapas». Y esto, porque según su
análisis, Argentina tenía demasiados resabios pre-capitalistas o semifeudales.
Según este enfoque la revolución argentina sería «democrática anti-imperialista
con vistas al socialismo» o «nacional democrática y popular», o «de liberación
nacional». A partir del 70-71, los llamados «socialistas puros» se introdujo
otra polémica más, ya que criticaban la formulación de revolución
anti-imperialista y socialista, sosteniendo que la revolución era
socialista, a secas.
Estas polémicas se basaban y entrecruzaban con las
distintas caracterizaciones de la formación socio-económica y el papel de las
clases sociales, que excedían las formulaciones del Che. ¿En qué estaba
presente el Che en este debate? En su inequívoco planteo de que la
revolución por venir era necesariamente socialista e internacionalista. En
ningún documento el Che separó la liberación nacional de la liberación social y
siempre sostuvo que el movimiento de liberación debía ser encabezado por la
clase proletaria y con una ideología marxista, aún en los países donde esa
clase no era mayoritaria. Y el pensamiento del Che debe estar presente en el
debate actual en el que el liberalismo predomina en nuestras sociedades.
La transición o construcción del socialismo. Este
debate en los años ’60 y ’70 estaba condicionado por las experiencias en curso
desde la Revolución de Octubre en adelante. La URSS, la China Popular y la
misma Cuba eran referencias de «modelos», para elogiar o criticar. El Che ya
estaba presente en ese debate, que él mismo inició. La inmediatez de las luchas
y la inmadurez de los movimientos revolucionarios de aquella época, determinó
que ese aspecto «del futuro» fuese dejado en un segundo plano. Medio siglo
después, cuando la URSS y China hace rato retornaron al capitalismo, las
previsiones del Che recobran su actualidad.
*Autor de Los Cheguevaristas- La
Estrella Roja, del Cordobazo a la Revolución Sandinista –
ImagoMundi, Buenos Aires, 2016.
Fuente: www.deigualaigual.net
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