“Instrúyanse porque necesitaremos toda nuestra inteligencia.
Conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo.
Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza.”


Antonio Gramsci

domingo, 24 de marzo de 2019

La dictadura cívico -eclesiástica - militar en la UNLu



El 24 de marzo la Universidad Nacional de Lujan amanecería ocupada por el ejército. Al frente de las fuerzas castrenses se encontraba Jorge Marincola  y en la UNLu, el que dejaba de ser rector -nacido en la misma ciudad- el polifacético Emilio Fermín Mignone.

El originario de “la capital de la fe” había llegado a la Universidad como interventor  en 1973 con la “primavera democrática” de Cámpora y había sobrevivido a los presagios de la misma dictadura con la gestión del ministro Ivanisevich, quien había cesado a todos los rectores del país y a la UNLu le escamoteaba la ejecución de la partida del presupuesto  y al ministro de “bienestar social” López Rega, con la primer “señal de cierre” plasmada en un documento en 1974 durante el gobierno peronista, documento encontrado por Mignone – y según su propia tradición oral y escrita en su libro sobre la historia de la institución- tirado al baño.
Cuando renuncia Mignone, el 24 de Marzo de 1976, reúne a  un grupo de los funcionarios y docentes de la universidad,  en donde les presenta la renuncia y, dirigiéndose a los presentes, señala que algunos con el nuevo gobierno de facto que se avecinaba se iban a encontrar en sintonía, serían estos quienes luego paradójicamente dirigirían el proceso de “lucha contra el cierre”.
Se cerraba una etapa regresiva y se abría otras más hostil para la UNLu.
Marincola mandó a requisar las instalaciones de la Universidad, ante la pregunta sobre unas supuestas armas a Mignone, éste le responde de manera irónica “están en la biblioteca”, lugar común en la rememoraciones de un variopinto y contradictorio elenco integrado por: izquierdistas, memorias oficiales-institucionales, “progresistas” y otras de signos conservador. 
En el acta del 24 de marzo por parte del nuevo gobierno de facto, en el punto 2.8 se mencionaba a la Universidad de la siguiente manera: “Las acciones adoptadas por el Ministro de Cultura y Educación  respecto de la Universidad de Lujan (UNLu) tienden a dar acabada respuesta al objetivo de Reorganización Nacional de lograr un sistema educativo acorde con las necesidades del país”. Estas palabras significaban una segunda señal clara de condena a la Institución que en ese momento no se tuvieron muy en cuenta, una señal convertida en promesa hecha realidad tres años después, en 1979.
La Junta Militar, a través del ministro interventor, dictó un decreto ley 21.276 “Prioridad para la normalización de la Universidades Nacionales”, quedando en manos del ministro de Educación las atribuciones de las normas legales que se otorgaran otrora a las asambleas universitarias así como la facultad de resolver situaciones que afecten a la paz, el orden interno y su funcionamiento normal, subordinadas bajo el control del orden ejecutivo. Dentro de las prohibiciones que contenía la ley figuraban las actividades de adoctrinamiento, propaganda, agitación política, tanto de los docentes, estudiantes y el personal no docente. El 29 de marzo de 1976 se publicó una resolución que ordenaba el cese en sus  funciones de los rectores, Consejos y demás cuerpos colegiados directivos. Se designaron “delegados militares” o “interventores” al frente de las 26 Universidades Nacionales.
Las leyes otorgaban el marco legal para el accionar represivo y punitivo.
El primer interventor de la UNLu fue el Teniente Coronel Jorge Marincola, de marzo a abril y, el segundo fue el Mayor Héctor Tomassi, desde el mes de Mayo a Septiembre. Ambos interventores dieron de baja una gran cantidad de docentes y trabajadores no docentes, algunos obligados a partir al exilio. En este contexto, el 14 de mayo de 1976, se produce la desaparición simultánea de  Mónica Mignone, Cesar Lugones y Marta Vázquez, todos docentes de la Universidad.
Después de las intervenciones de los Militares en la Universidad, desde el Ministerio de Educación a cargo de Pedro Bruera (marzo de 1976 hasta julio de 1977), convocaron para ocupar el rectorado de la casa de altos Estudios, primeramente a un hombre vinculado al poder local, Pedro Barnech. Ante la negativa de éste se le ofreció las riendas de la Universidad al cómplice civil de la dictadura y secretario de la “Comisión pro Universidad”, Gerardo Amado, quien aceptó activamente el cargo, contando además con un apoyo político interno y de sectores de la Iglesia. Asumir el cargo implicaba la “obediencia debida”, Amado no dudo y continuó con las purgas internas.
Ante un nuevo aniversario del golpe cívico-eclesiástico-militar, no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos con los genocidas y sus cómplices civiles.


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