“Porque todo antes de ser poesía debe pasar por mi corazón, darlo vuelta con el grito para arriba, colocarlo cara al alba, cara al cielo. Todo debe pasar por mi sangre, por mis huesos, por mi respiración, por el corazón de mi sangre, pues yo soy un poeta no un hacedor de versos bonitos”.
Estas palabras que una vez el poeta escribió definen su
posición estética, su irrenunciable fidelidad al hombre, a
ese ser único, irrepetible, que está solo “desde el sollozo y
el aire hasta el relámpago”, su apasionado amor hacia los
seres más desvalidos, tristes y desamparados, “a los que no
tienen amor ni pan, a los que se van sin haber llegado, a los
que a veces sonríen, a los que a veces sueñan...”
Por eso, la rebeldía contra un mundo dividido y despedazado,
contra el sino sangriento de nuestros días, se alza y transita
por estos versos como un dolor, como una cruz.
Yo quisiera evocar aquí el ámbito cotidiano del poeta herrero
que “organizando y desorganizando el fierro caliente a
martillazos”, creyó que no era tan difícil vivir si se le daba
al alma la forma de un pájaro, de una flor, de una selva, de
una luz, tal como lo dice en su poema “Vivir”.
Amaba las tardes silenciosas con ese vientito fresco de
madreselvas y retamas, amaba las mañanas con el canto de las calandrias y el arrullo de las palomas que se detenían
ante su fragua y amaba a ese gato de mirada sombría que lo
observaba desde un rincón. Y luego los otros, el otro montón
de perros y de gatos, y más adentro de su corazón, sus
amigos, que llegaban por el camino de tierra a la casa donde
siempre los esperó la lámpara encendida de una amistad
fraternal, sin claudicaciones ni flaquezas.
Todo un universo construido día tras día, año tras año, un
universo de profundos ríos y serenas montañas, un universo
alimentado y enriquecido con la magia de la fantasía que
le hacía soñar con un mundo donde no hubiera desigualdades, ni miseria, ni chicos tristes, ni hombres cazadores de
hombres, un mundo en donde hubiera una máquina que
produjera “pan, rosas y olvido”.
El poeta herrero creyó que no era tan difícil vivir así, mirando
para afuera, hablando para afuera, gritando para afuera su
condición de hombre libre al que jamás se le pudo atar la
sangre. El poeta herrero creyó que no era tan difícil vivir
así, indagando dentro de sí mismo el profundo misterio
del hombre.
Pero era indefenso, tan indefenso “como una gota de llanto
con todo el cielo adentro”, según las palabras del poeta
dominicano Manuel del Cabral, quien en una carta le dice:
“Tú eres de aquellos humildes ante quienes los poderosos
se desvanecen; a tu sencilleza le temen los palacios; eres
indefenso como una gota de llanto con todo el cielo adentro:
¡qué montaña concentra tanto espacio, tanta altura!”
Con este libro he querido rescatar algunos de sus poemas
dispersos en distintas publicaciones; otros, totalmente inéditos,
y he tratado de dar una visión de su pensamiento sobre el
hombre, la vida y el amor.
No sé si alguna vez llegará a ver este libro, acaso muchos de
sus versos fueron premonitorios porque los poetas ven más
claro y más profundo. No sé si alguna vez leeremos juntos
estas palabras escritas hoy 25 de febrero de 1978, a veinte
meses de haber sido arrancado –arrancado, sí– de todo lo
que amaba.
El título de este libro recuerda aquel viernes 25 de junio en
1976, cuando lo vi, por última vez, caminando entre fusiles.
Pero los poetas no mueren. Es inútil silenciar su voz. La poesía,
por sobre las circunstancias mezquinas y perecederas, se
levanta siempre como una llama, como una bandera, como
el vuelo invulnerable de un pájaro.
Nelly Dorronzoro
La Loma, Luján, Argentina. Verano de 1978.
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