El ataque de las fuerzas de seguridad a la cúpula del ERP: La quinta “La Pastoril” de La Reja
Los gritos de alarma resonaron por la amplia vivienda. Era la advertencia más temida. Muchos de los casi setentas concurrentes pensaron que era un simulacro. Algunos de ellos estaban durmiendo la siesta, después de un opíparo almuerzo. Los estampidos de las armas de fuego, de distintos calibres, los volvió a la realidad. Santucho, Urteaga, Menna y los demás integrantes del buró político del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) fueron los primeros en escapar junto a invitados de otras organizaciones guerrilleras latinoamericanas. Había un plan de evacuación. Después saldrían los miembros del Comité Central. Últimos, los encargados de la contención y la logística. Eran las 14:30 del lunes 29 de marzo de 1976. A solo cinco días del golpe de estado más anunciado en la historia argentina. El oscuro velo había caído. Se desataba una de las mayores tragedias que recuerde la historia morenense.
Autor: Rodrigo Solórzano
La Reja era en aquella época uno de los
lugares de descanso más atractivos para los fines de semana. Muchas
familias invirtieron en la zona, construyendo chalets, imponentes
piletas y mucho verde. El paraíso al alcance de la clase media
argentina.
A principios de marzo de 1976. Carlos Gabetta
(hoy director del mensuario Le Monde Diplomatique) fue el encargado de
alquilar la quinta “La Pastoril”. Gabetta pertenecía al servicio de
inteligencia del ERP. La construcción está enclavada sobre la calle
Monsegur casi esquina La Patria (hoy Padre Fahy), a pocos metros del
complejo deportivo del Sindicato del Seguro, en la zona sur. Tiene un
parque de una hectárea de extensión, una amplia casona con planta alta y
pileta de dimensiones olímpicas.
Aquel marzo se presentaba cálido. Carlos
Gabetta recuerda que “llegamos unos diez días antes del golpe, junto a
mi pareja María Elena Amadio y otro matrimonio de compañeros. Con
nosotros vinieron los chicos. Nos comportábamos como típicos burgueses.
Tomábamos sol y nos bañábamos en la pileta. Todo parecía normal”.
Monte Chingolo
La guerrilla argentina venía de la mayor
operación militar de su historia. Y también de su peor derrota. El 23 de
diciembre de 1975, cuando aún se encontraba al frente del ejecutivo
nacional María Estela Martínez de Perón, “Isabelita”, el ERP entró a
sangre y fuego al Batallón de Arsenales “Domingo Viejobueno”, situado en
Monte Chingolo, al sur del Gran Buenos Aires. El saldo fue desastroso.
Más de setenta militantes erpianos murieron. Algunos en el combate,
otros fusilados, y los restantes torturados. En “Monte Chingolo, la
mayor batalla de la guerrilla argentina” su autor, Gustavo
Plis-Sterenberg relata suplicios increíbles. Además sitúa la cantidad de
muertos en la población civil en un número cercano a los 40, cuando los
partes oficiales señalan solamente 8. Las bajas en las fuerzas de
seguridad, entre ejército y policías, no llegaron a la decena. Las
autoridades de inteligencia estaban advertidas del ataque. Habían
logrado infiltrar a un agente dentro de la estructura guerrillera. El 13
de enero, Jesús Ranier, el soplón, fue ajusticiado por decisión unánime
de un tribunal revolucionario. Pero el golpe al ERP había sido
impactante.
Cumbre internacional
En marzo la quinta había sido alquilada por
expresó pedido del buró político. Allí se iba a realizar un importante
cónclave que incluía a miembros de la llamada Junta Coordinadora
Revolucionaria, una suerte de articulación regional sudamericana para
aquellas organizaciones que buscaban la toma del poder a través de las
armas. A Moreno llegaría Edgardo “Pollo” Enríquez, hermano de Miguel
Enríquez, este último máximo dirigente del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) de chile, uno de los hermanos Peredo (no se logró
identificar cuál de ellos) fundadores de Ejercito de Liberación Nacional
de Bolivia, miembros de los Tupamaros uruguayos y, en base a algunas
versiones, Montoneros. El buró político del ERP-PRT (Ejército
Revolucionario del Pueblo y su brazo político, el Partido Revolucionario
de los Trabajadores) estaba liderado por Mario Santucho y éste último
estaba secundado por Benito Urteaga y Domingo Menna.
El golpe
“Nosotros pensábamos que finalmente la
reunión no se iba a hacer” señala Carlos Gabetta “con la llegada al
poder de los militares, el miércoles 24 de marzo, creíamos que lo mejor
era suspenderla”. Pero no primó la precaución. El cónclave se llevaría a
cabo.
El área de inteligencia del ERP había
suscripto un informe donde se evaluaba como fecha posible del golpe el
19 de marzo. Incluso se definían quienes serían los titulares de la
junta de manera precisa. Videla, Massera y Agosti eran quienes
consideraba el trabajo como los miembros de la junta. Además se
adelantaba la virulencia de la represión que se desataría. El error de
cálculo fue de solamente cinco días. Estas consideraciones fueron
elevadas al Comité Central pero, pese a esto, se decidió la continuidad
de los planes.
No midieron el impacto de tener alojadas a
más de setenta personas, en una zona tranquila. Los almacenes de barrio
mantenían una clientela fija y regular. Pero a finales de ese marzo sus
ventas crecieron exponencialmente. Las verdulerías, las carnicerías y
las panaderías también disfrutaron de ese incremento. Pero los
movimientos llamaron la atención de los servicios de inteligencia. Pero
la caída se iba a producir por una denuncia que habla de imprevisión.
Fútbol con pantalones largos
Cuando Gabetta llegó a “La Pastoril” le
preguntó al casero del lugar, indirectamente y dando algunos rodeos, si
pertenecía al “partido”. Ante la respuesta negativa, supo que se
encontraban ante un nuevo escollo. Sabía que la presencia masiva de
miembros de la conducción llamaría la atención. Tenían que
desembarazarse del trabajador. Gabetta cuenta que le daban plata para
que saliera a pasear con su familia, pero era una solución momentánea.
Otro de los concurrentes a la reunión fue
Daniel De Santis, responsable de la regional zona sur (que comprendía
desde Avellaneda hasta La Plata) y posteriormente miembro del Comité
Central. De Santis cobraría notoriedad años después, cuando ya radicado
en Europa, se enfrentaría a Luis Mattini (sobre quien recayó la
conducción del ERP una vez que fueron muertos Santucho, Urteaga y Menna;
Mattini también asistió a la reunión en la quinta) por la dirección
ideológica que debería tener el partido.
De Santis relata que fue recogido en la zona
de Ituzaingó, a la vera de la vieja avenida Gaona. Lo subieron a una
combi con los vidrios tapados para que no advirtiera el destino. Allí se
encontró con otros militantes. Una hora después ingresaron a la quinta.
“En un acto de liberalismo decidimos armar un picado de fútbol” diría
De Santis 34 años después. El encargado de parar los equipos fue
Leopoldo, miembro del Comité Central, quien había realizado las
divisiones inferiores en Gimnasia y Esgrima de La Plata, de donde era
oriundo. Seguramente era llamativo ver a 18 jugadores (eran 9 contra 9)
jugar vestidos de pantalones largos y zapatos. Era el domingo 28.
Debatir en La Reja
Ya en la mañana del lunes, con la presencia
de todos los integrantes de la cúpula del ERP-PRT comenzó la discusión.
El desayuno consistió en mate cocido y pan con mermelada. Se pensaba
largar la consigna de “Argentinos a la armas”, cuestión que finalmente
vería la luz en una editorial del periódico el Combatiente, órgano
oficial del ERP el día siguiente, firmada por Mario Roberto Santucho.
José Manuel Carrizo, el jefe del estado
mayor, tomó la palabra y anunció como sería el orden de evacuación ante
un ataque de las fuerzas de seguridad. Después comenzó la discusión.
El análisis que realizó Santucho, leído por
Benito Urteaga, señalaba que la junta militar no llamaría a elecciones
en el corto plazo. Era el tipo de gobierno llamado para quedarse, en
búsqueda de los objetivos planteados por las fuerza burguesas
imperialistas. El peronismo estaba acabado como representación popular
y, además, la represión colocaría al pueblo argentino ante un desafío
histórico, en la senda de la lucha revolucionaria ya desatada. Se
entraría en una nueva etapa, donde el pueblo argentino velaría por su
futuro y se levantaría en armas contra el régimen. Además sostenía que
el gobierno militar no tenía posibilidades de asestar una profunda
derrota al movimiento de masas al no poder tomar la iniciativa
estratégica. La realidad se encargaría de denostarlo.
Solamente Eduardo Castello, de la regional
Córdoba, manifestó ciertos reparos. Sostenía que existía la posibilidad
que el golpe de estado provoque cierto reflujo en la resistencia
popular. Santucho le señaló que esto podía ocurrir, pero que sería
solamente momentáneo. Después de este intercambio, al que la mayoría de
los asistentes presenció en el más absoluto silencio, se dio por
terminada la primera parte y se llamó a un cuarto intermedio de tres
horas para almorzar y descansar.
La comida fue abundante. Canelones era el
plato principal. Varios miembros repitieron la ración. Muchos estaban
acostumbrados a ambular con el dinero justo. El ERP pasaba un momento de
asfixia económica. La organización peronista Montoneros salió en su
rescate aportando una fuerte suma de dinero. Las fábricas de armamentos
de la guerrilla guevarista habían sido desmanteladas casi en su
totalidad.
La delación
El casero había salido con su familia cerca
de las 13 horas. Su apodo habría sido “Lito” y abandonó la finca junto a
su mujer y su pequeño hijo. Además de la enorme cantidad de gente, los
movimientos sospechosos, habría visto armas. Se asustó. Fue hasta la
estación de Moreno en colectivo y llamó telefónicamente a su patrón,
quien se encontraba en la Capital Federal.
Asombrado, el propietario de la quinta, se
comunicó con la Policía Federal. Desde allí tomaron contacto con la
Comisaría de Moreno (en aquel tiempo solamente existía la que hoy
conocemos como la seccional 1º y tenía delegaciones en la localidades de
Paso del Rey y Francisco Álvarez). El Comisario Omar E. Hernández envió
al lugar un patrullero y una camioneta. Minutos después llegarían. Eran
las 14:30 del lunes 29 de marzo de 1976.
Los gritos resonaron por la amplia vivienda.
¡Alarma! ¡Alarma! Era la advertencia. Algunos de los miembros dormían en
el piso superior. Algunos deambulaban por las instalaciones. El
personal policial entró en el amplio jardín y furtivamente se acercaron a
la vivienda. Los disparos resonaban por el tranquilo barrio.
Despertar a los tiros
Daniel De Santis era uno de los que dormía.
“Nosotros creíamos que el golpe iba a redoblar de la lucha popular, pero
el pueblo replegó para observar como venía la dictadura. Nosotros no
vimos esa postura y lanzamos la consigna “Argentinos a las armas”. No
era pecaminosa la consigna, pero sí errada políticamente”.
“Termina la reunión y nos fuimos a descansar.
En las reuniones del PRT se comía bien. Yo comí tres canelones
morrocotudos y me fui a dormir la siesta. Cuando estaba profundamente
dormido escucho que gritan ¡Alarma!. Yo pensé que era un simulacro,
porque ¿cómo iba a caer la dirección de la revolución?, eso no podía
pasar. Cuando bajo las escaleras, la puerta principal estalló en un
racimo de agujeros. Era un escopetazo, pero todavía no me convencía.
Recién cuando veo al compañero Tumbetta que sangraba de un ojo ahí me
convencí que nos estaban rodeando y pensé que nos mataban a todos”.
El desbande
“Había que salir. Algunos compañeros que
estaban de guardia sostuvieron la defensa de la casa y el grueso pudo
salir”. El ataque se produjo por el frente de la quinta, sobre la calle
Monsegur. Pero el predio también tenía salida por la calle trasera,
Pereda. Hacia allí se dirigió el desbande. “Casi todos pudimos salir,
pero cuatro compañeros murieron dentro de la casa”.
“Una de las caídas fue Susana Gaggero. Era
una compañera con la cual yo había militado mucho tiempo. Ella fue la
última persona que vi, porque cuando miré para atrás la observé
parapetada en la puerta. El resto de los compañeros muertos fueron
secuestrados dentro de la casa o en las inmediaciones. De los doce
muertos solo cuatro cayeron en combate. Los demás fueron asesinados”.
“Había un compañero detrás de una pequeña
pared tirando con FAL (Fusil de Asalto Liviano, arma utilizada por las
fuerzas armadas argentinas). Era Víctor Hugo González, un obrero de la
fábrica Perkins de Córdoba. Por ese sector salimos el grueso de los
asistentes”. González caería abatido por las balas, minutos después.
“Yo escape corriendo, para un caserío que se
encontraba detrás y hacia la izquierda” se presume que sería el barrio
Parque Levin. “era un barrio popular. Yo había perdido un zapato, porque
el primer alambrado lo pase como el campeón olímpico de garrocha, pero
el segundo, mucho más bajo, no lo podía saltar porque me había ahogado
con los canelones. Vomité, recuperé el aire, pero en ese lugar perdí un
zapato”.
“Cuando llegamos al caserío sale una señora y
nos pregunta que estaba pasando” De Santis escapaba junto a Osvaldo, un
obrero metalúrgico de la empresa Tamet de Avellaneda. “Le respondí que
no sabía y le pregunté si no tenía un par de zapatos para darme y me dio
un par de zapatillas viejas, que me quedaban chicas. Seguimos corriendo
con el compañero y llegamos a un monte de eucaliptos. Pregunté donde
estábamos, porque nosotros no sabíamos, y me dijeron que en La Reja.
Como soy de Chivilcoy, pasaba con el tren asiduamente por la estación de
La Reja y me ubique rápidamente”.
“En eso llega un colectivo y nos fuimos para
la estación de Moreno. Me tomé el tren a Mercedes y después un colectivo
a Chivilcoy”.
La cúpula escapa
Santucho, Urteaga, Carrizo, Mattini,
Merbilhaá, Enríquez y Peredo fueron los primeros en escapar, de acuerdo
al plan de contingencias preparado. Santucho y Carrizo “expropiaron” un
automóvil. Benito Urteaga tomó un colectivo que también lo depositó en
la estación de Moreno. Eduardo Merbilhaá y Enríquez se ocultaron en una
zanja en medio de un maizal.
Mattini junto a Leandro Fote, dirigente
sindical azucarero, y Reino Hietala abordaron un jeep. A las pocas
cuadras se separaron. Hietala se escondió en un campo junto a otros
militantes. El ejército rastrillaba el lugar. Recién al anochecer
lograron eludir la vigilancia y caminaron por las vías ferroviarias
cercanas. Ellos tampoco sabían dónde estaban. Transitaron hacia el
Oeste. Cuando amanecía, llegaron a Luján.
Gabetta también logró escapar. Pero en la
huida fue herida mortalmente su compañera María Elena Amadio. La quiso
reanimar. No había advertido el disparo que tenía en la espalda. “En el
momento del ataque estaba paseando por el parque. La guardia comienza a
repeler la intentona. El grupo de contención estaba uniformado de verde
oliva. Un verdadero despropósito como se vería después, porque vestidos
así, cuando escaparan llamarían aún más la atención. Después que
salieran los invitados, el Buró político, el Comité Central, empezamos a
salir nosotros, los militantes, mientras los guardias se tiroteaban con
la policía, que empezaban a recibir refuerzos militares. Yo tenía una
pistola calibre 22 y una granada que estaba fabricada con un pote de
yogurt, la que tire al pasto porque pensé que si la encendía me
explotaba en la mano. Corrimos mi compañera y yo, cuando de pronto ella
cayó. Volví, me tire al lado de ella, le pregunté que le pasaba y me
dice que me vaya. Años después una compañera, Diana Cruce, que pasó al
costado nuestro con un bebé en brazos me contó que María Elena tenía un
tiro en la espalda. Del Gesso me salvó la vida. Se paró al lado mío con
su itaka, en medio del tiroteo y me dijo que había una compañera con un
bebé que no puede pasar el alambrado, que me vaya a ayudarla, que él
sacaba a María Elena. Ahí me levanté y quedó mi compañera con Del Gesso.
Los mataron a los dos. A María Elena la ejecutaron de un tiro en la
sien”.
“Ayudé a Diana a cruzar el alambrado y tire
al bebé de un año y medio para el otro lado, donde lo atajó la mamá.
Hace poco vi la foto de este chico con más de 35 años abrazado con
Kirchner”.
“Corrimos un par de metros y nos encontramos
con unas casas muy humildes. Yo tenía un raspón en la cabeza y me
sangraba mucho, tenía toda la camisa manchada. Nos metimos allí con una
compañera de la guardia que había logrado escapar. Pero ella venía
uniformada. Salió a nuestro encuentro una pareja de gente muy pobre. Les
dijimos que nos ayudaran porque si no nos mataban. Ella agarró a la
compañera y le dio ropa, vino él y me lavó la cabeza en una bomba manual
y me dio una camisa limpia, pero muy chica. Cuando nos íbamos le dije
que prendiera fuego al uniforme y él me dijo “no se haga problemas,
compañero”. Años después volví al lugar, para agradecer, junto a Manuel
Gaggero. La señora había tenido un ataque cerebral, el marido había
muerto, le conté que era el fulano al que habían ayudado y me dijo
“¿usted que hacía ahí tiroteándose con la policía?” y le digo que era
largo de contar pero que éramos militantes políticos y le pregunto por
qué nos había ayudado y me contestó, simplemente, porque “los perseguía
la policía”. Increíble”.
Caídos en combate y desaparecidos
Dentro del perímetro de la quinta murieron
Susana Gaggero, María Elena Amadio, Juan Del Gesso y Víctor González.
Pero hubo ocho desaparecidos más, algunos de los cuales aún no se conoce
la suerte que corrieron. Inclusive hay dos de ellos que no se pudieron
certificar fehacientemente sus datos filiatorios.
En el caso de Rodolfo Ortiz, el “Negro”, sus
restos se encontraron en la fosa común descubierta en diciembre del año
1983 en el cementerio de Moreno; fueron identificados por el Equipo
Argentino de Antropología Forense en el año 1998. Las circunstancias de
su desaparición aún son una incógnita. Era el Secretario Nacional de la
Juventud Guevarista, una organización de superficie vinculada con el
PRT. Esta causa sigue adelante. Los expedientes tienen como carátula la
de “Ibáñez”, ya que el hallazgo se produjo durante la intendencia del
Dr. Héctor Francisco Ibáñez. Sí se pudo determinar que tanto Rodolfo
Ortiz como Leonor Herrera de Mangini, otra de las concurrentes a la
reunión de La Reja, estuvieron secuestrados en el Vesubio entre 40 y 50
días. En el caso de Leonor Herrera, su cuerpo, con evidentes signos de
tortura, aparecería meses después en la zona de Capital Federal. Las
crónicas policiales de la época hablan de un supuesto “enfrentamiento”
con fuerzas de seguridad.
También en las inmediaciones de la quinta
cayó Juan Mangini, el “Capitán Pepe”, Jefe de Inteligencia del ERP-PRT.
Urteaga le contaría este dato a De Santis semanas después en una reunión
secreta. También le relataría que Mangini estaba herido y que gritaba
que no lo mataran. Esta circunstancia le fue relatada por un testigo
presencial. Mangini era uno de los cuadros más valiosos que tenía la
organización y cumplía una función más que sensible. A Urteaga le
llamaba la atención el pedido de clemencia y sospechaba que la
inteligencia militar sabía las tareas que Mangini cumplía. Pero pese a
esto, no se produjeron caídas que hicieran presumir que Mangini había
sucumbido a la tortura.
Nelson Agorio logró escapar junto a dos
compañeros más y a un chico de 7 años, al que se había comprometido a
cuidar, luego que los padres del pequeño cayeran en diferentes
operativos anteriores. Ofelia, hermana de Nelson, pudo reconstruir parte
de la historia “logran interceptar un auto y escapan. Al llegar a la
zona de Marcos Paz se encuentran con una partida policial. Allí se
entregan y el nene cuenta que después ve a los tíos, como él les decía,
todos desmayados en el suelo” el chico fue posteriormente liberado, pero
también desconocen las circunstancias en lo que esto sucedió. “Con
estos datos nos dirigimos primero a la Comisaría de Moreno, donde
solamente la dejan entrar a mi mamá. Allí le muestran varias fotos para
ver si identificaba a mi hermano pero su retrato no estaba entre ellas.
Mi mamá se descompuso. Después fuimos hasta la Comisaría de Marcos Paz,
por el dato del nene. En Marcos Paz no la dejan entrar. Ella le dice que
manejaba información que su hijo estaba ahí dentro. Pero negaron el
dato”.
“Los antropólogos en el año 2003 cruzan las
huellas digitales de la Comisaría de Marcos Paz y coinciden en un 99%
con las de mi hermano, con lo cual sabemos efectivamente que estuvo
allí. No sabemos nada desde el relato del nene, pero sospechamos que los
mataron allí, cuando se entregaron porque al otro día le tomaron las
huellas digitales. Estimamos que los fusilaron en el momento. Todos los
cuerpos fueron encontrados en el cementerio de Moreno” quienes habrían
acompañado a Agorio en el escape serían Héctor Gerardo Chávez y Carlos
Marcet.
Vecinos detenidos
Pero también hubo víctimas en la comunidad
local. Después del enfrentamiento, los vecinos se acercaron al lugar de
manera aislada. Algunos fueron detenidos por el ejército Argentino, que
ya se habían hecho cargo de la situación. Fueron subidos a camiones y
trasladados a la seccional policial de Moreno. Allí, según algunas
denuncias, fueron sometidos a torturas. Posteriormente, y gracias a
algunas presiones, fueron liberados. Testimonios de estas circunstancias
se encuentran reflejados en el expediente que se instruye por el ataque
a “La Pastoril” ante el titular del Juzgado Criminal y Correccional
Federal Nº 3, Dr. Daniel Rafecas, quien además tiene a su cargo la
investigación de los hechos delictuales atribuidos al Primer Cuerpo del
Ejército.
Aún en las zonas cercanas a la quinta se
recuerda el hecho. Hay testimonios de helicópteros volando furtivamente,
ametrallando objetivos. De soldados conscriptos llorando, ante la
magnitud de la tragedia. De vecinos cabizbajos, mostrando signos de
tortura. Pero también de solidaridad, de esa solidaridad que solamente
es posible cuando, más allá de los errores cometidos por algunos actores
políticos y sociales, el pueblo está oprimido y clama por justicia. La
historia de “La Pastoril” merece ser contada y esclarecida.
La prensa local
El ataque ocurrido en la quinta “La Pastoril”
fue reflejada en el Semanario Para Ud! de Moreno. En la edición
correspondiente a la segunda semana de abril de 1976 publicaron la
siguiente crónica:
“Represión a extremistas:
“Represión a extremistas:
El 29/3 a las 13.30 fue escenario de una
represión extremista, la casa quinta de Monsegur y La Patria
jurisdicción de La Reja, donde personal de Coordinación Federal y
policías de Moreno, apoyados por el ejército, para entrar en el inmueble
debieron mantener un prolongado tiroteo, que logrado secuestraron
armas, deduciendo servía de reunión a un gran número de personas,
incluyendo mujeres y niños, quienes muchos se habían dado a la fuga. En
el amplio parque y en distintos puntos, los hombres de seguridad dieron
muerte a 5 hombres y dos mujeres, deteniendo en diversos procedimientos a
12 personas entre varones y mujeres, haciéndose cargo de una criatura
de meses, que según dicen, su madre al escapar lo abandonó y también dos
niños de corta edad.
Con respecto a la cantidad de bajas
extremista, la cifra que damos es la que pudimos constatar ya que no
tenemos información oficial”.
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